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19 abril 2009

Aparcar sin complejos

Y es que todos tenemos derecho a la calle.



La autora de estas fotos(*) es Eli, la estupenda amiga y enorme fotógrafa que contribuye de tanto en tanto a este blog con inolvidables imágenes como la famosa "Pezoncillos amarillos".

(*) Aprovecho para anunciar que tenemos en proyecto un blog al alimón sobre el tema fotos absurdas que va a ser lo más. Una colección que aguarda oculta en nuestros discos duros a ser revelada ante vuestros ojos impacientes y atónitos. Y como aguarda ya desde hace bastante, por favor apoyad el lanzamiento del blog enviando emails con el texto: "No igual que la fiesta de Abba" a la dirección eliyatevale@yatitambien.com

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17 abril 2009

Tiempo de cavar

Hace treinta años a mi madre el gen alternativo, que hasta el momento [por mucho que ella diga] era recesivo, se le volvió dominante. Desde entonces, mi madre es una señora hippie de rompe y rasga, coqueta, creativa a rabiar, apasionada y terca como una mula que ha transitado casi todas las sendas que empezaron siendo marginales y ahora son moda, como el yoga o la agricultura ecológica.

Mi madre tiene 76 diciembres, unos ojos grises pequeñitos y la cara surcada por cientos de arrugas. Hace unos 3 años en la India un dentista le sacó todos los dientes y le puso una dentadura postiza de esas que se pegan con Corega, que se quitó inmediatamente porque le parecía más digno estar desdentada que llevar aquel artilugio bailoteante en la boca.

Lo que la gente no sabe cuando la ve es que mi madre ha tomado la firme determinación de vivir 144 años, y que por tanto está en la flor de la vida. Y aunque algo intuyen, es imposible que acierten a calcular que tiene una potencia capaz de alimentar un reactor nuclear. Y unos músculos de hierro.

Así fue cómo esta Semana Santa, Prudencio se cayó con todo el equipo.

Prudencio es el señor que me ayuda a cuidar mi campito, un agricultor profesional y vocacional que debe de rondar los 45 y que, desde que la conoció este otoño, adora a esa viejecita madrileña tan amable, respetable y sonriente que sabe tanto de agricultura. En cuanto sabe que estamos allí viene corriendo a vernos, a charlar y a veces a trabajar unas horas mientras ella le ilustra sobre las bondades del purín de ortigas.

Estamos a comienzos de la primavera y, con toda una semana por delante para trabajar en el campo, mi madre estaba feliz. Había mucho que hacer: cavar los alcorques alrededor de los árboles, sembrar dentro fresas y ajos para evitar las plagas, germinar semillas, arreglar el estanque, trasplantar los arbolitos que han crecido por todas partes desde el año pasado... En el colmo de la dicha, yo encontré un vivero en liquidación y por una cantidad ridícula me hice con árboles y plantas como para repoblar Los Monegros. La actividad en el campito era frenética, pero yo para eso de cavar no soy competitiva y le cedo de buen grado a ella el puesto de vencedora. Se que por más que lo intentase no tendría ninguna posibilidad.

Prudencio, que había venido el primer día a saludar y pasar un rato de charleta, me llamó: -Si quieres me paso mañana a preparar el huerto, -me dijo. Como siempre, llegó temprano y se puso a trabajar. Hacia las 10 de la mañana mi madre se levantó, se desayunó el último grito en mejunjes de herbolario y salió de la casita con una sonrisa: - Buenos días, Arcadio. Y agarró la azada.

Diez horas más tarde seguía acarreando sacos de tierra desde el otro extremo del bancal para llenar un parterre que había construido utilizando troncos y piedras a modo de paredes. Aquel día Prudencio se marchó más tarde que nunca. De nada sirvió que yo insistiera en que se fuese. ¿Cómo iba a rendirse él antes que aquella señora? Al anochecer cedió y desapareció en su furgoneta mientras ella, emocionadísima, me insistía en que fuésemos a buscar más piedras a un canchal que hay en el monte de enfrente. Me negué, claro. Gracias a Dios no se veía ya nada.

Al día siguiente, antes de volver a Madrid, llamé a Prudencio para despedirme. Tengo que decir que tiene una tendencia alarmante a la dipsomanía, y en ese momento llevaba encima una cogorza considerable - Ayer me deslomé, Paula -balbuceó, y ya no conseguí entenderle nada más.

Pero él es un tipo estupendo, noble en la derrota. Sé que anda en plena campaña de recogida del níspero, el momento más importante del año para los agricultores de la zona, pero va de vez en cuando a regar el famoso parterre, para que ella encuentre las flores cuando regrese.

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