Anoche al salir del cine cogí un taxi para volver a casa y al dar mi dirección oí al taxista decir contentísimo: - "No se dónde está esa calle". Al principio me extrañó, porque vivo en un sitio que todos ellos (aún los novatos) conocen, pero en seguida comprendí la razón de tanta alegría: el tipo tenía una Palm nuevecita con GPS instalada en el salpicadero.
Se supone que haber sobrevivido al
tráfico indio sin encanecer prematuramente te deja los nervios templados para afrontar estos casos, pero la verdad es que yo no las tenía todas conmigo mientras el taxista, feliz de estar a los mandos de la nave Enterprise, volaba calle Alcalá arriba teniendo como único foco de atención visual y neuronal la pantalla de su Palm, una mano en el volante y la otra ocupada en buscar la calle con el puntero. Lo malo es que el hombre no acababa de acertar con el lapicerito... A cada intento de explicarle que yo podía indicarle sin problemas el camino de mi casa (¡oh, insulto!), recibía una mirada furiosa a través del espejo retrovisor. Comunicación visual de primera. Tanto, que tuve que levantar el deflector de miradas asesinas.
En fin, varias veces estuvimos a punto de dejarnos los dientes contra el coche que iba delante, pero el hombre no cejó en su empeño hasta que finalmente (ya cerca de casa), consiguió que el aparatito le mostrara el camino.
Me imagino que los chicos que lean esto pensarán que cómo se me ocurre afrentar con mis indicaciones verbales a ese pobre hombre, molestándole además mientras jugaba con su GPS, pero yo soy chica. Qué le vamos a hacer ;)
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